Bambi era un corzo

Bambi era un corzo

¿Qué sabes de Bambi?

Te guste o no la naturaleza y los animales, es imposible que no hayas oído hablar de él… incluso, casi imposible no ver un cervatillo y que se te escape la frase “¡mira, un bambi!”.

¿Y si ahora te digo que Bambi no era un ciervo sino un corzo? Bueno, eso si le preguntamos a  Felix Salten, escritor de la novela original “Bambi, una vida en el bosque“, que más tarde un tal Walter Elías Disney inmortalizó en el cine pero dibujando un ciervo rojo de Virginia (más que nada porque en América no tenían corzos a mano para hacer de modelos 😉 ).

Curioso, ¿no? Si te interesa la historia que hay detrás de un icono universal como “Bambi”, sigue leyendo… o cómprate la revista Quercus (Febrero 2023) y mira en la última página (la portada estaba ya pillada, jeje)…

 

BAMBI ERA UN CORZO

El 23 de Diciembre de 2018, David Berry, se sentaba ante el televisor para ver, en contra de su voluntad, “BAMBI”, la película de animación creada por Walt Disney. Era el primero de los doce visionados de la película que iba a hacer durante el próximo año, a razón de uno por mes. Ésta era la insólita condena que Robert George, juez del estado de Misuri, en Estados Unidos, había decretado para este cazador furtivo. Su delito: haber abatido y decapitado a cientos de ciervos durante tres años, principalmente de noche, con el objetivo de comerciar con sus cabezas y cuernas, o simplemente quedárselas como “trofeo”, abandonando el resto del cuerpo en el mismo lugar donde daba muerte al animal. David y Kyle Berry, sus dos hijos, le acompañaban siempre que podían en sus cacerías nocturnas.

 
Desconozco si esta condena tuvo algún efecto real en la mente de David, si cambió su concepción de la vida salvaje, o si por el contrario mientras veía a Bambi, Flor y Tambor jugando por el bosque, él contaba las horas para volver a empuñar su rifle por las noches. Lo que sí consiguió el juez fue lo mismo que la compañía del ratón en 1.942, año de estreno de la película: indignar al lobby cinegético.
A pesar del revuelo que causó su estreno, lo de “Bambi” fue una siembra a medio plazo. Pese a que de manera inmediata la película no consiguió remontar en taquilla los elevados costes generados por cinco años de producción, el tiempo acabaría compensando este mal arranque, —más de 250 millones de dólares recaudados hasta el día de hoy—, pero sobre todo, elevando a “Bambi “ a la categoría de icono universal de la ternura. En nuestro país, la palabra “Bambi”, que proviene del italiano “bambino” (muchacho), terminó incluso siendo incluida en el diccionario por la RAE como sustantivo para designar a un cervatillo.


Walter Elias Disney era osado y un perfeccionista nato. La animación en “Bambi” debía parecer real, no una caricatura y para ello trajo ciervos y otros animales salvajes a una zona vallada en la parte de atrás de los estudios; al mismo tiempo, envió a parte de su equipo a los bosques, para observar a los animales en su entorno real. Sí, Disney era un genio adelantado a su tiempo. Pero no, él no fue el creador de Bambi.
Unos años antes, en el corazón de una Europa en puertas de la Segunda Guerra Mundial, un escritor judío tuvo que malvender los derechos de la novela que escribió en 1.922: “Bambi, una vida en el bosque”, en la que demostraba amplios conocimientos de la vida en los bosques, y en concreto, de la biología de los corzos. Poco podía imaginar Felix Salten, austriaco de nacimiento, que “Bambi”, su joven corzo, con escaso éxito y aún así prohibido en Austria y Alemania por el nazismo, iba a conseguir finalmente reconocimiento y fama mundial. Tampoco que toda la fauna que aparece en su obra, netamente centroeuropea (herrerillos, urracas, ardillas, mochuelos… y los consabidos corzos) iba a ser readaptada a sus versiones americanas (ciervo rojo de virginia, búho, mofeta…).

 

Poco importa: muchas de las historias que atraviesan el tiempo y llegan a nuestros días son en realidad la mezcla de otras historias creadas por diferentes personas en momentos diferentes, entretejidas y enriquecidas a lo largo de los años para hacernos llegar con más fuerza un mismo mensaje, de padres a hijos, de generación en generación.

 

Y ése es el verdadero trofeo.
Quizá aquel juez de Misuri debió haber condenado al cazador furtivo a leer las últimas páginas de la novela de Salten (spoiler):
—Aquí estamos —comenzó a decir el Viejo en voz baja—estamos muy cerca de Él… ¿y dónde está ahora el peligro?
Bambi miró al caído, cuya silueta, sus miembros y su piel le parecían enigmáticos y horribles. Se asomó a sus ojos vidriosos, que lo miraban sin ver, no entendía nada.
—Bambi—continuó el Viejo—, ¿te acuerdas de lo que dijo Gobo, de lo que dijo el perro, de lo que todos creen? ¿Te acuerdas?
Bambi no pudo contestar.
—¿Lo ves ahora, Bambi? —siguió hablando el Viejo— Bambi se asustó.
—¿Ves ahora cómo está Él ahí tirado, como si fuera uno de nosotros? Escucha, Bambi. Él no es todopoderoso, como dicen los demás. No es Él de quien surge todo lo que crece y vive. ¡Él no está por encima de nosotros! Está junto a nosotros y es como nosotros, pues igual que nosotros Él conoce el miedo y la necesidad y el sufrimiento. Él también puede ser vencido, igual que nosotros, y entonces queda ahí tirado en el suelo, tal como nosotros, tal como lo ves tú ahora.
Se hizo el silencio.
—¿Me entiendes, Bambi? ——preguntó el Viejo.
Bambi contestó en un murmullo: —Creo que sí.
El Viejo ordenó: —Entonces, habla.
Bambi dijo con intensidad, la voz le temblaba:
—Hay alguien más por encima de todos nosotros… por encima de nosotros y de Él.
—Entonces ya me puedo ir —dijo el Viejo.
Se dio la vuelta y los dos caminaron juntos por un rato. El Viejo se detuvo frente a un alto fresno.
—No me sigas más, Bambi — dijo con voz serena—, mi tiempo se ha acabado. Ahora tengo que buscar un buen sitio para el final.
Bambi quiso hablar.
—No — el Viejo lo interrumpió—, no… En la hora que ahora ha sonado, todos estamos solos. Adiós, hijo mío… Te amé con todo mi corazón.

 

En la calurosa mañana de verano en la que realicé las fotografías que ilustran este artículo, mientras bendecía mi suerte por tener a “Bambi” a escasos metros de mi escondite, no podía dejar de recordar las palabras de “el Viejo” que se grabaron en mi corazón la primera vez que leí la novela. Como tampoco las palabras de Geoffroy Delorme desde su libro el “Hombre Corzo”, en uno de sus encuentros con el corzo que él bautizó como Daguet. En ese preciso momento, aquellas palabras describían lo que yo estaba sintiendo:

 
“Cuando me sitúo apenas a unos diez metros, Daguet se incorpora y empieza a estirarse. Me detengo, me observa y nos quedamos ahí plantados una media hora. Un momento absolutamente mágico. Solo con su presencia es capaz de nutrirme. Me siento en completa comunión con él y con los elementos que nos rodean. Tengo el corazón y el alma en paz. Mi cerebro se ha detenido. En ese preciso momento, mi existencia entera se rige por una sola ley: la del respeto”.

 

2 comments

  1. Precioso, Ramiro. El texto, la propia historia, la forma de contarlo… y las fotos, todo.

    ¡Gracias por compartir estos relatos tan maravillosos!

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