Siempre que veo un bosque me pregunto lo mismo: qué animales vivirán allí. Me quedo embelesado mirando entre los árboles, por entre los arbustos… e imagino que están ahí, en la espesura, en sus madrigueras, entre las copas de los árboles… no los veo, pero sé que tienen que estar ahí.
¿Qué ocurre si te escondes y te quedas quieto durante un buen rato?
¿Qué ocurre si te conviertes en cómplice del crepúsculo y esperas lo suficiente?
Cierras los ojos por un momento, te olvidas de todo lo que te rodea y dejas volar tu imaginación para adentrarte en un mundo… de cuento.
Los primeros en llegar son los que vienen volando y volando se van. En un abrir de ojos están… y luego ya no están. Pero hay mucho que descubrir en sus miradas desconfiadas, en sus movimientos eléctricos, en los colores de sus plumas…
Te fijas en las copas de los árboles mecidas por el viento y sabes que entre sus ramas se ocultan elegantes señores, que con cierta timidez, esperan su momento…
Cuántas veces miras arriba y solo distingues una silueta oscura de alas abiertas, abrazando el cielo, dando vueltas en círculos, planeando, jugando con el viento…
… pero ahora puedes asomarte a sus miradas, al color de sus plumas, a sus picos y garras… casi a sus pensamientos.
Incluso los sonidos del bosque toman cuerpo, y el responsable del martilleo sobre las cortezas de los árboles, la banda sonora del bosque, se muestra ante ti con sus notas de color y con su vuelo ondulante, como si surcara toboganes imaginarios, abrazando el aire en cada aleteo.
Pero en el bosque hay forajidos que caminan entre sombras, que solo aciertas a ver en un cruce tan fugaz como inesperado… son los “malos” de los cuentos, los que se comen a los demás, los matadores de la oscuridad… que, sin embargo, envueltos aún por el velo de los restos de la noche, se atreven a husmear en busca de algún regalo que llevarse a la boca…
Y desde los árboles, entre sus ramas y copas, haciendo de sus troncos un parque de juegos en el que viven y cazan con pasmosa agilidad, las señoras del bosque, astutas, despiertas, sigilosas y elegantes, nos regalan su porte y su mirada afilada, sus movimientos sinuosos, a mitad de camino entre un gato y una ardilla. La marta, posiblemente el más bello entre los mustélidos, y también uno de los más esquivos.
Y así me quedo, con el alma recargada y el brillo en la mirada de quien ha disfrutado tanto con estos cuentos del bosque, que está deseando contarlos…
GALERÍA:
Estupendo relato Ramiro, tanto en lo literario como en lo fotográfico, lo he disfrutado a partes iguales.
Felicidades
Muchas gracias amigo!
Como te gustan los animales amigo. !
Contigo se disfruta a partes iguales del escenario, el relato y la fotografía!
Muchas gracias amiga! sí que me gustan, sí… jeje
Me alegro que lo disfrutes!
Amigo:
Eres un poeta con una cámara en las manos con la que captas mucho más de lo que se ve con una mirada, y, además, lo transmites con toda la fuerza que te inspira el escenario. Tus ojos lo dicen todo….
Sigue así!!
Querido amigo isidro, mil gracias, es un orgullo tus palabras… 🙂 🙂