Yo, Raposo

Yo, Raposo

Ladrón, holgazán, taimado, tramposo, astuto, peludo, con mucho rabo, rastrero… así me conocen y así me han llamado los que en realidad no me conocen. Vulpino, raboso, raposo, arrastrado… zorra… como si nuestras hembras fueran aún peores, como si volcaran en ellas los prejuicios de su propia sociedad. Triste, muy triste.

¿Astuto? Tengo que serlo, soy un superviviente. Los mismos hombres que me desprecian se han jactado de lucir mi piel. Les he robado, sí, y si puedo lo seguiré haciendo, necesito comer. Pero esa inquina debe de tener raíces más profundas… quizá es que lo que el hombre no soporta es que se le haga frente en su propio terreno, el de la inteligencia.

Y sin embargo yo prefiero huir y no ser visto, prefiero no tener problemas. Huyo de las trampas, de las balas, de los lazos y los cepos, de los perros. Muchos de los míos caen, pero muchos otros les sustituimos… y así seguirá siendo.

Tampoco quiero “caer simpático”, no quiero ser “mono”, no quiero ser un peluche. No quiero miradas de ternura, ni querría ser acariciado. Solo quiero ser un igual, al menos en una cosa: el derecho a la libertad.

 

Aquí en las sierras campeo. Me escondo todo lo que puedo y no pierdo de olfato a mis posibles enemigos. Tampoco de oído. Mis radares lo captan todo, y eso me da ventaja. ¿Desconfiado? No, precavido.

Hace rato ya que me percaté del jolgorio de los bucaneros, esos que se creen algo más que urracas por vestir de elegante cian.

Puede que hoy me encuentre algo de comida gratis, y eso es un tesoro para los sin techo. Me muevo con sigilo, pero el cuervo me presiente y me delata con su voz ronca y estridente. ¡Eh, cuidado! ¡Aquí viene el raposo!

¿Cuidado? Un par de alas te pueden hacer muy valiente. Prueba a no poder despegarte del suelo más que a saltos, mídete conmigo en mi terreno y veremos. Aún así, mi respeto para los libres que tienen la mente tan afilada como el pico.

Mi respeto disfrazado de miedo para sus majestades imperiales. Normalmente andan más interesadas en esos insolentes orejudos grises que parecen multiplicarse, pero no está de más echar un ojo a las alturas, no sea que sus cuchillas se cierren sobre mí sin que pueda darme ni cuenta. Las veo charlar por las mañanas en la copa de un gran pino. Luego vuelan hasta lo alto de la montaña y bajan con los hombros manchados de nubes y la cabeza coronada por el mismo sol.

Sus dedos parecen agarrarse al aire para tomar impulso. Estamos en bandos distintos pero hasta los tramposos reconocemos la majestuosidad cuando nos sobrevuela.

 

No todo lo bello que vuela es tan admirable. Las cometas comparten no solo su color rojizo conmigo, sino también parte de la maldición. ¿Se amilanan los cobardes? Yo creo que aquí en la sierra cada uno tiene sus dones y tiene que vivir con ellos.

Desconfiados, cobardes… prácticos. Rápidos como centellas y ágiles como el mismo viento, que parecen haber domesticado. Peleamos por los mismos despojos, de manera que si pican cerca podemos tener algo más que palabras. Aún así, para cuando veo su sombra ya es demasiado tarde y huyen con su parte del botín.

Hay otros ladrones que pocos conocen, aunque aquí sí nos conocemos todos. Quizá si tuviera una piel lustrosa como la mía le habrían perseguido también. Su mirada vertical me desconcierta incluso a mí, al igual que su cola de serpiente, aunque precisamente de serpientes saben mucho…

¿Por qué no le llaman “arrastrado” a él? La mangosta carasucia es de las pocas criaturas que se atreven a robar a los ladrones… aunque eso a veces tiene su precio.

Por hoy tengo ya la tripa llena, mañana será otro día. Por hoy he visto suficiente. Lo más sensato es retirarse a descansar y guardar las fuerzas que pueda necesitar.

Yo, raposo, solo hago lo que todos: intentar vivir en paz. Sé que no lo conseguiré, es mi maldición. Pero también sé que no podrán conmigo: soy demasiado zorro para ellos.

 P.S.: el mismo día que yo publicaba este reportaje, la revista “Trofeo” publicaba el suyo… 🙁

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