Un paseo por las nubes

Un paseo por las nubes

El amanecer es probablemente el mejor momento del día. Durante una hora aproximadamente, el mundo sale de las sombras y la luz empieza a acariciar todas las formas que encuentra a su paso. Tenue y tímidamente, durante esa hora el mundo va despertando envuelto en un ambiente mágico. Este ambiente adquiere tintes espectaculares cuando además se sumerge en un mar de nubes.

Como olas en el mar, lenguas de vapor cabalgan sobre las montañas y se estrellan contra la orilla de rocas, desvaneciéndose en la nada.

Los colores también despiertan y llenan la escena hasta donde alcanza la vista. Es un momento intenso, siempre distinto, irrepetible… memorable.

A medida que el sol asciende, los rayos se van filtrando entre la cortina de nubes, creando nuevos contornos, nuevos volúmenes, formas inesperadas y paisajes propios de la Tierra Media.

Entonces la luz toma cuerpo y se hace visible trazando diagonales sobre la vista, segmentando el paisaje, atravesando la oscuridad.

Cuando bajas de la montaña y te adentras en el mar de nubes, ya no puedes verlo, solo sentir su presencia a tu alrededor. Todo parece un sueño, difuminado, disperso, incoloro… pero igualmente mágico.

Algunas joyas se han quedado prendadas entre la seda, como un delicado y efímero regalo.

Y el bosque filtra las últimas luces, como si quisiera atraparlas y retenerlas, como si no quisiera que todo quedara inundado y sumido en la vulgaridad; como si con su aliada la niebla quisiera que el mundo siguiera siendo mágico unos minutos más…

Pero la magia solo habita en los instantes, aunque perviva en nuestra memoria para siempre.

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