Ojos brillantes

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Ojos brillantes

Hacía tiempo que quería observar y (sobre todo) fotografiar al lince en libertad. No solo es uno de los emblemas de la fauna española (¡tenemos nuestra propia pantera!), sino que su halo de misterio y belleza es legendario. Por supuesto, había visto muchas fotos, vídeos, documentales, libros… incluso lo había podido observar en una visita a Doñana, aunque bastante lejos; pero nunca fotografiar a una distancia razonablemente cercana. Así que me lié la manta a la cabeza y me fui al corazón del reino del lince: el Parque Natural de la Sierra de Andújar.

Esta sierra, típica selva mediterránea, es el hábitat predilecto del lince, y el lugar de España donde mayor densidad de población hay. De los más de 700 linces que nos quedan (a pesar de su  espectacular repunte, la especie sigue en peligro de extinción), algo más de 200 viven y campean en estas sierras. Otra cosa es verlos…

Conducir por las curvas del parque, es, por una parte una invitación a la precaución, y por otra, un despertar de la adrenalina, solo de pensar que estás atravesando el país del lince y que tal vez uno de ellos podría cruzarse en tu camino. Numerosas señales de advertencia te lo recuerdan cada pocos kilómetros, mientras te adentras en la serranía. Aún así, y por desgracia infinita, al menos 23 linces murieron atropellados en 2019.

El río Jándula también atraviesa estos parajes, y sus aguas dan cobijo a las nutrias, así como a muchas especies de aves que cada mañana sobrevuelan su cauce, como los cormoranes grandes.

Mucho más fácil que observar al lince es descubrir el magnífico porte de otros habitantes de la selva mediterránea, como ciervos y gamos, ungulados de gran talla y orgullo que en invierno aún lucen las defensas que pronto mudarán.

La naturaleza proyecta la primavera y coincidiendo con el frío hace que los gatos entren en celo y se busquen, momento más propicio para encontrarles. Una fina pero incesante lluvia lo moja todo… y los gatos deben no sólo comer su ración diaria de conejo, sino volver a marcar sus territorios. Los pajarillos están inquietos, barruntan algo…

Una perdiz se asoma y deja que la lluvia resbale por su fantástico plumaje. Es una osadía recorrer los caminos del lince, y por eso no baja la cabeza ni por un momento. Se va, no quiere tentar hoy a la suerte.

Los minutos se hacen horas y el frío va calando. Se hace el silencio en el bosque; al monte verde se le paran por un momento los latidos (y a mí), cuando en lo alto de la loma, confiada y perezosa aparece al fin la silueta de una lincesa. Su talla no es muy grande, pero su belleza es descomunal. Su manera de moverse deja a las claras su confianza y su casi total despreocupación, sabedora de que no tiene rival por aquí, salvo los machos que la cortejan.

Es Mestanza, una hembra de 2015, identificada y seguida desde su nacimiento a 8 km en “los Escoriales”, desde donde se dispersó hasta este territorio que ahora es el suyo. Todos los gatos reciben un nombre que en ese año empieza por la misma letra. En el momento de escribir estas líneas (enero 2020) se sabe que aún vive Bety, una gata de 2004. Hoy, Mestanza y sus hijos Quira y Quillo siguen manteniendo la llamita de la esperanza para la recuperación de la especie.

Se para, mira… parece saborear la lluvia y escanear el horizonte con unos increíbles ojos verdes que los griegos, tan dados a las leyendas, pensaron que traspasaban paredes con su luz (lynx – ojos brillantes).

Avanza pero no en línea recta. Se sube perezósamente a una roca y descansa sobre ella por un par de minutos. Quizá está buscando un lugar elevado desde donde otear una posible presa. Mira a un lado y a otro y decide bajar y seguir patrullando. En los tres minutos escasos que han pasado desde que apareciera se ha llevado ya más de 70 fotos.  Ahora es ella la que hace zoom sobre mi objetivo, pero a mí no me da tiempo (ni ganas) a ajustar la cámara… es más, ya no miro por el visor: estoy disparando a ciegas mientras la miro a ella con mis propios ojos. Esas últimas fotos serán para tirar. A cambio, sus últimos pasos se me graban a fuego en la retina.

Corazón acelerado, sensación de plenitud… euforia. Nos damos la mano en el hide muy conscientes del momento inolvidable que hemos vivido. Nos damos la mano más de una vez.

Nos reímos como tontos y nos hacemos un selfi en el que nos brillan los ojos, casi tanto como a Mestanza. Lo compartimos a diestro y siniestro a través de nuestros teléfonos, como para hacerlo realidad, como para creérnoslo.

Y luego el sentimiento  fluye sin permiso y el mismo Jándula se te desborda por los ojos. Sí, lo habías visto en fotos, en documentales y en libros… pero eso eran solo imágenes, no experiencias que se te meten por las venas y van directas al corazón.

Ahora, esos ojos brillantes me devuelven la mirada cada día desde la pantalla de mi móvil, recordándome aquellos mágicos minutos que mi cámara ya ha convertido en eternos.

Una vez leí una conversación entre lobos que Borja Cardelús dejó escrita en su libro “Fugitivo“:

—Para quieto, con ese no te metas.

—Pues, ¿quién es? ¡Nos ha robado la caza!

—Es el lince, palabras mayores. No molesta a nadie, pero cuidado con molestarle a él, porque es fiero como una tormenta de verano. Además es conejero puro, tiene más derecho que nosotros sobre la pieza.

Sí, el lince es un trozo de sol incrustado en la sierra, y tan hiriente como él mismo.

 

*Mi agradecimiento a Dani y Andrés, de NatuRoots, por su gran labor y trato.  A mis compañeros Javier Ramil (FONAMAD),  Candelas Iglesias (Abubilla Ecoturismo), Vicente Laguna, Jose Chamorro, Paco Campoy, Tomás (AFOAN), Carlos… y tantos otros amigos encontrados por el camino de la sierra, así como al Dr. Tárraga por su optimismo compulsivo.

 

 

 

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