Entre castores

Entre castores

El castor europeo (castor fiber) es un roedor hervíboro que se extinguió en España (y en muchos puntos de Europa) hacia el S.XVI, principalmente por la caza indiscriminada (sombreros de piel de castor… en fin), y la presión insoportable de su principal depredador: nosotros.

En puertas del proyecto de reintroducción en la península, unos activistas soltaron (ilegalmente) unos 18 castores entre los ríos Arga y Aragón, en 2003. Hoy, se estima que más de 600 castores pueblan distintos tramos del río hasta el Ebro, y la especie ha sido catalogada como “amenazada” y “vulnerable” desde 2020, lo que significa que se detiene toda iniciativa de su erradicación el ecosistema, y a partir de ahora se estudia su evolución (y segura expansión por los ríos de nuestra geografía),  por supuesto, bajo protección.

 

En otras palabras: el castor ha venido para quedarse.

 

Hay muchas particularidades que hacen del castor un animal verdaderamente singular.

 

Su anatomía.

Con un cuerpo rechoncho, que puede alcanzar entre los 15 y los 30 kg, el castor es el segundo roedor más grande del mundo, después de la capibara, y el primero del hemisferio norte. Su tupido pelo (siempre mojado), y su cola plana que utilizan como timón, son sus señas de identidad. Además, sus pequeños ojillos cuentan con un tercer párpado “nictitante” con el que ven debajo del agua. Sus fosas nasales y sus pequeñas orejas también se cierran cuando bucea (¡hasta 15 minutos bajo el agua!), ayudado por su pies palmeados como los patos. Sus enormes y potentes incisivos anaranjados que no paran de crecer durante toda su vida, le sirven para, nada más y nada menos que talar árboles…

Foto: ®Ignacio Garoz

 

Su comportamiento

Y aquí está una de las más asombrosas capacidades de este animal: su faceta de ingeniero/arquitecto hidráulico. Los castores viven en madrigueras construidas por troncos apilados, con una compleja estructura. A la superficie afloran los troncos como si fuera un “tipi” sobre el agua, pero bajo ella, hay una cámara que como una especie de sifón alberga el espacio donde descansan y crían. La entrada es subacuática, dificultando el acceso a los posibles depredadores.

Pero hay más, mucho más… en primer lugar, el castor americano y el europeo tienen diferentes “modus operandi”. El primero suele construir la madriguera en mitad del curso del río, mientras que el europeo, lo suele hacer en las orillas. Probablemente el americano tiene que tomar mayores precauciones ante la presencia de su depredador más letal: el oso.

Foto: ®Ignacio Garoz

 

Cerca de la madriguera, bajo el agua, ambos castores almacenan ramas y hojas que consumirán en invierno, cuando bajen drásticamente su actividad y se retiren a sus madrigueras. Es para proteger de las corrientes estas reservas de comida, y a las propias madrigueras, que “cortan” por lo sano (nunca mejor dicho), y han ideado un efectivo plan: elevar el nivel del agua creando una presa de aguas tranquilas.

Para ello, construyen un dique a base de troncos talados por ellos mismos, lodo y piedras, y se consagran a la tarea de su mantenimiento periódico, con las reparaciones que sean necesarias (haciendo crecer el dique con el paso del tiempo).

Además de una despensa y un hogar más seguros, con ello consigue crear un humedal beneficioso para muchas otras especies, mientras el río sigue fluyendo lentamente libre de contaminantes…

Es fácil detectar el territorio del castor… por las riberas se puede comprobar sin mucho esfuerzo el rastro de su actividad… eminentemente nocturna.

 

En teoría los castores consumen sobre todo hojas verdes, no tanto las cortezas, que son más bajas en nutrientes… aunque hay una explicación, y es que parece que el castor tiene un plan para todo: derribando árboles jóvenes (que vuelven a crecer), además de materiales para sus diques, se aseguran brotes nuevos para la próxima temporada. De esta manera, parece que el castor “trasmocha” la arboleda, más que matarla.

Es cierto que  en ocasiones pueden provocar algún daño menor a frutales de agricultura, hecho fácilmente evitable si se instalan unas vallas metálicas alrededor, y que, no obstante la administración debería compensar.

 

En la cultura popular

A diferencia de otros animales con menos suerte, el castor suele caer automáticamente simpático. Ya sea por su aspecto o por sus increíbles habilidades (por cierto, el cortex cerebral de los castores está más desarrollado que en otros roedores), el hecho es que es protagonista de cuentos, dibujos y diversas representaciones “amables” a lo largo y ancho de todas las culturas.

Ya la manera de dirigirnos a él es síntoma de admiración. Empezando por su nombre científico: castor fiber (fiber = “hacedor”, “ingeniero” “que hace, construye”), del que proviene el inglés “beaver”, y continuando por el nombre vernáculo en castellano “castor“, que proviene del griego y que vendría a significar algo como “brillante” (de inteligente y habilidoso).

Personalmente pienso que es un animal admirado (y por ello querido).  “No se ama lo que no se conoce”, y de ahí la importancia de la divulgación, pero, como dice la gran Isabel Díez, estamos en un momento de sobresaturación a todos los niveles, y quizá sea el momento de actualizar esa frase por “No se ama lo que no se siente“.

Quizá por ello, animales como el castor, que han formado parte incluso de nuestra infancia, pasan automáticamente al estado de “amables” y “queridos” sin mucho esfuerzo. Pero no siempre ha sido así…

 

Explotación del castor

Durante el S.XVII el castor fue cazado sin piedad por su piel y su carne, hasta el punto de ser seriamente diezmado (en Europa desapareció de muchos países por esta caza sin control). Sombreros de fieltro de castor, gorros de piel, abrigos… y hasta ¡atención!… ingrediente para la industria alimenticia (¡el sabor a vainilla!), tabaquera (aditivo para los cigarros) y cosmética (perfumes): el castóreo, una sustancia oleaginosa que segregan , a través de una glándula debajo de la cola (no con el ano, aunque casi).

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Esperemos que la expansión (segura) del castor por los ríos de nuestra querida piel de toro, sea más motivo de alegría y de recuperación del medio natural que de enfrentamientos por sus peculiares “travesuras” madereras…

Si tienes la suerte de acercarte al “territorio castor” (actualmente cuenca del Ebro), al amanecer o al anochecer, siéntate con calma y unos buenos prismáticos, agudiza tus sentidos, y cuando veas una estela en forma de “V” sobre el agua, ahí lo tienes, deslizándose por el espejo del río como un experto nadador…

¡una visión de las que no se olvidan!

 

 

 

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