De cómo una fotografía salvó al lince ibérico de la extinción.

De cómo una fotografía salvó al lince ibérico de la extinción.

Hacía dos días que no probaba bocado. Aquel maldito conejo se le había escapado in extremis cuando había tropezado con una roca mientras lo perseguía. Tampoco pudo atrapar esa perdiz despistada (pero no lo suficiente). El rocío de la mañana mojaba su pelo cuando pasaba cerca de las jaras y lentiscos que bordeaban el camino.  Un camino que recorría cada día por su territorio, del que conocía cada arbusto, cada piedra, cada olor, cada sonido.

Pero en el que estaba a punto de caer en una trampa.

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En su oficina, Nicolás apuraba sus opciones tamborileando el bolígrafo sobre la mesa. Sabía que si no conseguía resultados ya, el programa no tendría aprobación, con todas las consecuencias que ello suponía. Se estaba quedando sin tiempo… y lo que es peor, sin esperanza.

Hacía ya casi un mes que había dejado instalada la trampa. El mecanismo era sencillo, pero ingenioso. Había ocultado la cámara dentro de una carcasa de metal para protegerla de la lluvia y la había cubierto con una tela de camuflaje, con cuidado de no tapar el objetivo. Un cable conectaba el disparador con un mecanismo que se accionaba sobre el terreno por presión directa, de manera que el animal tendría que pisar directamente en una superficie no mayor de 5 cm, o la cámara no se dispararía. Tal vez en un futuro se inventara un sistema más preciso, mediante células de luz o similar, pero por ahora… era todo lo que tenía y tenía que intentarlo. De ello dependía ni más ni menos que la supervivencia de una especie.

Lo había probado con personas, y funcionaba a la perfección. Claro que las personas sabían dónde debían pisar. Las pruebas le estaban costando un dineral, 150 pts. cada revelado (sin contar los carretes),  y eran muchos, ya que en cada sesión tenía que revelar y comprobar las fotos para asegurarse. Solo así se dio cuenta de un detalle que podría resultar crucial, y que le costó tres revelados extras y una corrección de última hora en el encuadre.

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Estaba hambrienta. Y harta de los escurridizos conejos y de las alas de las perdices y de los machos de la zona y hasta de su cachorro del año anterior, un joven atolondrado y temerario. Solo quería comer por fin, aunque se encontrara una pieza muerta. Quizá por eso no prestó mucha atención a ese olor desconocido… quizá por eso por un segundo descuidó sus pasos, algo nada habitual en ella…

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Nicolás tamborileaba con el bic sobre el escritorio, y no quitaba ojo del sobre que tenía delante de él. En la superficie podía leerse “KODAK”, en letras rojas sobre fondo amarillo. Era delgado, no debía de contener más de cuatro o cinco fotografías. Y al menos tres de ellas serían de él mismo con cara de tonto haciendo las pruebas. Normalmente no esperaba a llegar a la oficina para abrir el sobre después de cada revelado, pero en aquella ocasión no se atrevió. Era demasiado importante, era casi la última oportunidad. Si no conseguía fotografiar un lince en libertad, su equipo no podría acreditar que todavía existían ejemplares suficientes como para invertir en un programa de recuperación más que urgente, más que necesario.

Hace unos años, sus colegas se equivocaron. Y de qué manera. En un ejercicio de irresponsable optimismo, habían censado en algo más de mil los ejemplares por toda España, y ahora, en 1.999 se había llegado a la conclusión de que en Doñana apenas quedaban unos 40, mientras que en la circunscripción Andújar-Cardeña-Montoro podría haber unos 54. Pero más que el número, lo importante era que la población de Doñana se había estimado como inviable genéticamente, de manera que era aquí en Andújar donde recalaba la última esperanza de encontrar ejemplares con los que iniciar un programa de cría mínimamente viable, dentro de la criticidad.

Pero para ello había que demostrarlo. Los testimonios de avistamientos de los vecinos, cazadores o agricultores no constituían ni mucho menos una prueba fiable, y los fondos nunca llegarían sin una base sólida sobre la que apostar… menos aún después del fiasco del censo anterior.

Europa había dado a su equipo una fecha límite que estaba a punto de expirar. Y en todo caso, bastaba con algún atropello más o alguna muerte furtiva en este año para que se superara el punto crítico de no retorno en cuanto a número de ejemplares y ya ni los tan ansiados fondos podrían evitar un desastre más que anunciado.

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Justo en ese momento percibió un crujido que desconocía, cuando sus almohadilladas hicieron contacto con una superficie demasiado lisa como para ser arena. En un acto reflejo, las barbas de sus mejillas se contrajeron hasta que sus puntas casi se tocaron, los pinceles de sus orejas se irguieron, su cuerpo se arqueó en estado de alerta, su cola corta apuntó al cielo muy quieta y con la vista al frente, vio un destello como los que el sol arranca a la superficie de los charcos después de una tormenta. Paralizada por unos segundos que le parecieron eternos, constató que no había peligro alguno y continuó su camino, no sin antes mirar atrás y registrar mentalmente el lugar.

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Nicolás se armó de valor y tomó el sobre en sus manos. En la solapa, dos tiras de negativos se agazapaban juntas, mientras los bordes rectangulares de las fotografías asomaban hacia arriba. Tomó los negativos en su mano y como solía hacer otras veces, los puso al contraluz. Su corazón empezó a acelerarse cuando distinguió esas formas en la película. Con rapidez, sacó las fotografías. El sudor de sus dedos hizo que el papel mate quedara impregnado con sus huellas, pero eso no importaría mucho si lo que le había parecido ver en el negativo era real. Las tres primeras fotos eran de su pantalón vaquero y sus botas viejas, con ligeras variaciones en el encuadre. Cuando llegó a la cuarta fotografía, sintió una punzada interior y la palabra salió de su boca antes incluso de que su cerebro diera la orden.

—¡Joder!

Un ejemplar de lince le devolvía la mirada desde la fotografía. De mota fina, por su experiencia le calculaba unos tres años. Parecía una hembra sana aunque alerta, sin duda el obturador debió de darle un buen susto.

Acelerado y notando sus latidos en las sienes, sintió un torbellino de emociones que luchaban entre ellas por prevalecer. Euforia, paz, sosiego, alegría desmedida, nerviosismo…

Mientras decidía a cuál de esas emociones le iba a dar prioridad, el taco de fotografías se le cayó de las manos y quedaron desparramadas por el parquet. Cuando miró al suelo, de nuevo esa palabra salió de su boca sin su consentimiento.

—¡Joder!

 

***

 

Bostezó dejando a la vista sus colmillos, todavía blancos y afilados. Se sentía relajada y satisfecha, mientras se relamía las patas para limpiar los restos de sangre de ese gazapo que por fin llenaba su estómago. Desde lo alto de aquella roca salpicada de musgo y líquenes sería difícil distinguirla de lejos, ya de tarde. Y aún así se sintió intranquila. Ese olor…

Había sido un susto sin importancia, se dijo a sí misma. Pero con todo bajó de la roca y se cobijó en el interior del enorme tronco hueco que hacía tiempo era su rincón favorito de la sierra. Allí podía ver sin ser vista, y desde fuera, solo el brillo de sus grandes ojos verdes podían delatarla.

La vida le había enseñado a ser precavida a base de palos. No con ella, pero sí con muchos de los suyos. Y entonces sintió una punzada. Si no llegaba a tiempo de impedirlo, su cachorro pasaría por la vereda del olor extraño esa misma tarde… ¿llegaría a tiempo de avisarle?

***

Nicolás se sentó en el suelo y colocó las dos fotografías una al lado de la otra. ¡Oh Dios! ¡Eran ejemplares diferentes! Una hembra y un macho joven, ambos de mota fina y los dos muy parecidos, si bien el macho no parecía tan asustado.

 

Sintió cómo el aire no le cabía en los pulmones y tuvo que expulsarlo en forma de carcajada nerviosa. Esto era gordo, muy gordo. Y tendría que bastar, ya lo creo…o eso, o pensaba llegar a las manos con quien le negara la existencia de linces en su sierra, y por tanto la viabilidad del programa y la llegada del maná de los fondos.

Su argucia de incluir el Santuario de la Virgen de la Cabeza en el encuadre también bastaría para acreditar el lugar. Una oleada de orgullo recorrió todo su cuerpo como una marea, y en un arrebato de inspiración decidió el nombre que le pondría a la hembra: Santa María.

Luego, en un arrebato de agradecimiento y acordándose del guarda que le puso en la pista de los linces,  decidió el nombre que le pondría al cachorro: Javier.

 

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En 1.999, gracias a estas dos fotografías realizadas por un rudimentario sistema de fototrampeo en el corazón del Parque Natural de la Sierra de Andújar,  la unión europea destinó los fondos necesarios para dar para dar el pistoletazo de salida a los sucesivos programas de conservación del lince ibérico, gracias a los cuales el lince ibérico pasaría de apenas 100 ejemplares a una estimación de 1.400 en 2022. Afortunadamente, las ayudas de la unión europea siguen permitiendo desarrollar este vital trabajo de conservación con el 4º programa Life (2020 a 2025).

Artemisa y Enebro, los linces que me han servido de modelos e inspiración para este artículo,  viven en el Ecomuseo del Lince Ibérico de Andújar.

Artemisa nació en 2004 y desde entonces ha tenido 8 cachorros de los cuales 6 han sido liberados, viviendo y reproduciéndose en la sierra en libertad. Ahora, con 18 años de vida (unos 90 en equivalente humano), vive tranquila descansando la mayor parte del tiempo en el tronco hueco de una gran encina, extraída de la finca donde nació.

Enebro es hijo de Saliega, la primera hembra reproductora del programa. Nació en cautividad y fue seleccionado como reproductor. Ha vivido toda su vida en cautividad y ha ayudado a traer al mundo tres nuevas generaciones de linces.

Si bien la cautividad es triste para un animal salvaje y más aún del porte y la belleza de un lince, en esta ocasión la propia supervivencia de la especie hacía inevitable esta estrategia, que por otra parte tiene el efecto colateral de hacer accesible al gran público el conocimiento directo de  este impresionante animal.

Sí, el lince existe, y puedes rastrearlo y probar suerte en la sierra o puedes acercarte a este centro en Andújar y dejarte impresionar por una mirada que atraviesa.

Puedes conocer de primera mano esta historia reservando tu visita en el Ecomuseo del Lince Ibérico de Andújar:

https://www.juntadeandalucia.es/medioambiente/portal/web/ventanadelvisitante/detalle-buscador-mapa/-/asset_publisher/Jlbxh2qB3NwR/content/lince-ib-c3-a9rico-1/255035

 

*NOTA: las fotografías de lince de este artículo han sido realizadas en condiciones controladas.

 

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