Como todas las mañanas, he salido al campo temprano. Amortiguados por la distancia, me llegan los ecos de los cañones como puñetazos en el aire. Van directos a mi estómago y lo revuelven, me hacen sudar gotas de rabia.
Empieza la guerra no declarada, empiezan los Juegos del Hambre. Para que sea “deporte”, las dos partes deberían divertirse y saber que están jugando.