La Joya Azul

La Joya Azul

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Los pájaros vuelan y los peces nadan. El sol calienta y la lluvia moja. Podemos simplificar mucho la vida que vivimos… es más, tendemos a hacerlo. El ser humano es inconformista por naturaleza. Eso le ha permitido elevar su ingenio a unas cotas de desarrollo increíbles, a inventar y a descubrir lo inimaginable. Pero también le ha hecho perder la capacidad de valorar y asombrarse con lo que tiene.

 

Los pájaros vuelan, sí. Solamente eso ya sería motivo para el asombro, si lo analizas bien. Desplazarse por el aire, burlando esa injusta ley tan grave que nos ata los pies al suelo… quién no ha soñado con ello algún vez. Cuando miras al cielo, es imposible no querer ser uno de ellos, no preguntarse qué se sentirá y saborearlo. Pero hay algunos pájaros que nos regalan mucho más que esa ilusión de libertad. El pequeño Martín pescador es uno de ellos.

 

Por su timidez, y por su forma de vida y costumbres, no podrás ver al Martín pescador mientras conduces, mientras tomas café en una terraza o cuando miras por la ventana en un día cualquiera. Como su nombre adelanta, el Martín vive de la pesca, y para ello necesita de los ríos y embalses de agua dulce sin contaminar. Si frecuentas estos lugares, es más que probable que hayas oído su agudo silbido, antes que haberle visto. Como mucho, tal vez hayas tenido la suerte de creer ver una ráfaga azul desplazarse muy rápido por encima del agua.

 

Solo con mucha paciencia,  podrás descubrir esta auténtica joya de nuestro patrimonio natural.  Tal vez junto al colibrí, sea este el ave con mayor desproporción entre tamaño y belleza. No más grande que una mano, su plumaje azul celeste y su largo pico anaranjado refulgen con el sol dorado de la tarde, mientras el reflejo del agua hace brillar sus grandes ojos negros. Pero aún hay más. Desde una rama sobre el rio, el Martín se preparara para pescar. En un segundo, se lanza en picado sobre la superficie, y el espejo se rompe en mil cristales azules, verdes y naranjas. Antes de que podamos darnos cuenta, ya está de vuelta el Martín en su rama, con la comida del día que no tarda en engullir. Entonces se sacude, su plumaje se ahueca y se descoloca. Las gotas de agua perlan todo su cuerpo, como joyas para otra joya.

 

Cuando has tenido la suerte de ver al Martín suspendido en el aire o esperando posado en una rama al atardecer, comprendes que hay pájaros que hacen más que volar: nos recuerdan que hay más de lo que puedes ver a simple vista, regalos inesperados que no cuestan dinero, pero que pueden llenarnos mucho más porque son vida y poesía al mismo tiempo.

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