Y por fin, después de mi intento algo frustrado por tierras navarras, tuve la suerte de tener al castor frente a frente, lo suficientemente cerca como para fotografiarle…
Un encuentro muy breve pero emocionante. Apostado en una orilla del rio Gállego, junto a un árbol desde antes de amanecer (los castores son eminentemente nocturnos, y con la luz del día es más difícil verlos), de repente escuchamos a nuestra derecha, cerca pero fuera de nuestro campo de visión, un sonido como de roeduras…
El ruido duró unos minutos y por las ondas en el agua intuíamos que estaba cerca y nos preparamos…
Entonces, lentamente le vimos aparecer en nuestro campo de visión, nadando despacio arrastrando su aperitivo vegetal entre los dientes…
A mitad de camino pareció descubrirnos e hizo una pequeña parada para mirarnos, solo unos instantes pero que fueron muy intensos…
Y poco más. Esta espera fue corta. “Cuando el sol toque las copas de los chopos de ahí enfrente, nos vamos”, me dijo mi compañero y guía Benjamín Sanz. Y dicho y hecho, una vez se hizo la luz, el castor ya no volvió a aparecer.
El castor, el mayor de los roedores que puede llegar a pesar como un perro labrador (30 kg), está perfectamente adaptado a la vida acuática, pudiendo permanecer sumergido hasta 15 minutos, gracias a adaptaciones como una nariz “obturable” , unas orejas cortas y con válvulas de cierre y unos párpados transparentes con los que puede sumergirse. Sus dientes (que no paran de crecerle), permanecen fuera de la boca cuando la cierra bajo el agua, pudiendo así roer sumergido.
Tras la breve sesión de fotos, recorrimos las riberas en busca de rastros y huellas de la presencia, no solo del castor sino de otros mamíferos nocturnos que dejan su huella en el barro…
Cada vez más, la fauna se adapta a la presencia humana (no le queda otra), como lo demuestra este gráfico elaborado por Benjamín Sanz, de las citas de la presencia del roedor en el río Ebro a su paso por Zaragoza.
Los animales… ¡esos compañeros de planeta! 🐾