Si pudiera volar…

Si pudiera volar…

El otoño es el punto álgido del ciclo de los árboles, de las cosechas… podría decirse de la vida, ya que a partir del otoño la naturaleza se contrae, se resguarda y coge fuerzas para la primavera: la necesaria renovación se pone en marcha. Por eso los bosques entonan su canto de cisne y se despiden con sus mejores galas.

Si “para hacer bien el amor hay que venir al sur” (Rafaela Carrá dixit 😉 ), para disfrutar de un otoño en condiciones, hay que irse un poco más al norte. Y en este año me dispuse a descubrir los bosques de Burgos, País Vasco y Navarra, en concreto, el Monumento Natural del Monte de Santiago, El Parque Natural de Gorbeia y la Reserva Natural del nacedero del Urederra (sierra de Urbasa-Andía), lugares emblemáticos de nuestro otoño.

Cualquier bosque otoñal tiene su encanto. Pero si hablamos de Urederra, las palabras (y las fotografías) se quedan cortas para el espectáculo visual que nos depara con sus “aguas hermosas” (urederra), cuyo indescriptible color turquesa es producto de la gran cantidad de carbonato cálcico y minerales originados por la disolución de las rocas que,  muy amablemente, el agua deposita en el lecho del río para nuestro disfrute.

Este singular color, combinado con los tonos ocres, amarillos y anaranjados propios de la estación, hace que la mera contemplación de los escenarios naturales donde se forman las pozas, ya próximas al nacedero del río, sean puro deleite del que no quieres salir.

Las hayas, esos árboles de cuento por antonomasia, se visten de musgo esmeralda y se adornan con sus mejores hojas. Viejas, retorcidas, incluso fantasmagóricas… nos transportan automáticamente a las ilustraciones de los cuentos, donde gnomos, elfos o hadas campan a sus anchas por entre sus nudosas raíces.

 

Ya para los antiguos, las hayas eran sagradas; quizá por su porte, quizá por su valor como proveedores de madera (fagea, de ahí “fagus”). El hecho es que quien las observa de cerca, quien ha sentido su energía, no puede por menos que admirarse y dejar volar su imaginación.

Los bosques son organismos vivos, y que albergan vida, aunque para verla haya que detenerse, observar y descubrir. Los seres que los habitan no desean ser encontrados, solo quieren la paz y el cobijo que el bosque les da.

Para completar el cuadro, nada mejor que una fina capa de niebla, que envuelve el bosque y lo tapiza a la vista: más sosegado, misterioso… mágico.

Si pudiéramos sobrevolar el paisaje, descubriríamos con nuestros propios ojos lo que la altura de los árboles nos esconde. Un mosaico de colores y formas en el que nada sobra y todo encaja de manera natural.

Si pudiera volar, lo haría sobre las copas de los árboles y las nubes bajas de noviembre.

Volaría sobre un otoño encantado e infinito.

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