Sentado en una roca en la ribera del río, contemplando el reflejo de los árboles y arbustos de la otra orilla, mientras esperamos que los tímidos galápagos se asomen a respirar a la superficie (“a la fauna hay que esperarla”). Media tarde nublada, la brisa trae olor a jara y a hierba mojada.
El coro de sonidos te envuelve y hace eco, pero… ¿dónde? Un picapinos tamborilea la madera del fresno. Y ya no quieres hacer fotos. Solo quieres que el tiempo vaya más despacio y atrapar en tu memoria este momento. Sentir el latido del propio bosque que estalla de vida.
Y vuelves a casa con más vida. El eco era dentro de ti.